lunes, 22 de abril de 2013

Adrenalina sobre dos ruedas

¿Sabéis ese momento cuando tenías olvidada una sensación y, de repente, pasa algo que te obliga a recordar  que es una de las mejores del mundo?

Así me sentí yo ayer en cuanto me subí encima de ella. 

Al principio era más el miedo y la emoción lo que recorría cada fibra de mi cuerpo. Era el miedo y la emoción lo que hacía que me agarrara a su chaqueta lo más fuerte que podía para no molestarse con mis brazos.

Y, de repente, pasa. Te sueltas.  Sientes cómo con la velocidad la adrenalina te va creciendo desde el fondo del estómago y se va expandiendo poco a poco, llegando hasta los brazos, extendiéndose hasta las puntas de tus dedos; trepando por tu garganta y conquistando tu sonrisa. Tu corazón bombea con tanta fuerza que por un momento crees que te va a cortar el aliento. Su latido parece un tambor dentro de tu pecho. 
Y notas cómo el viento corta tu cuerpo, y que hace frío, pero da igual. Da igual porque lo único que te importa es esa sensación: sentirse bien, sentirse libre, sentirse viva.

Querer más; más rápido, más intenso, más velocidad, más, más, más. Siempre más. 

Flotar.

Volar y no querer aterrizar. No querer volver a poner los pies en el suelo.


Cuando bajas de ella, el mundo se detiene. Ya nada parece tan real. Pasan las horas y todavía sigues notando cómo te palpita la adrenalina en la garganta y hace que el corazón se te acelere.

Y, ahora, lo único que queda es esperar a la próxima vez. Y que sea pronto.




1 comentario: