sábado, 7 de diciembre de 2013

X

Intento escribir y ya no puedo hacerlo
en otro sitio que no sea sobre tu piel,
desnuda,
esperándome ansiosa al otro lado de la cama
invitándome a perderme en caricias no fingidas,
en sonrisas incompletas si tus labios
no se posan sobre mi boca.

Intento hablar y ya no puedo,
porque la voz se me rompe
y ya no tengo tus manos rodeando mi cintura,
jugando a que son capaces de ser mi  remiendo.

Quiero sonreír, y lo hago,
pero sólo con la boca;
las sonrisas de verdad encienden la mirada
y yo sólo espero que las llamas de tu piel
activen el interruptor de la mía.

No puedo olvidarte y quiero.
‘Querer es poder’,
dicen los que no tienen ni idea
de corazones rotos y muelles sueltos,
los que no tienen miedo
de no volver a encontrarse con tu sonrisa
buscándome en mitad de Gran Vía.

Y al final, lo único que tengo claro,
es que contigo no puedo
y sin ti...no quiero.


jueves, 17 de octubre de 2013

Las cuatro estaciones; contigo y sin ti.

Tengo las luces apagadas desde aquel Septiembre
en el que te buscaba corriendo por los andenes del metro
con miedo a que te perdieras,
a que no supieras llegar (hasta mí).


No puedo mentirte y decirte
que aquel no fue el Invierno más caliente de mi vida,
que contigo de la mano no sentía ni el frío, ni la lluvia,
ni siquiera me daba cuenta de las hojas
que caían en Otoño como suicidas desde los árboles del Retiro.

No puedo mentirte y decirte
que cuando temblaba sólo fingía
para que te metieras debajo de mi nórdico
y me calentaras hasta las bragas.


Tampoco puedo mentirte y decirte que aquel Verano,
el de la despedida,
no fuera el más frío de todos los que recuerdo.

Y es que qué más daba que fuera hicieran cuarenta grados
(a la sombra)
si tú no estabas y yo no paraba de tiritar tu ausencia;
si cuando me salía vaho de la boca era sólo
para escribir mil veces tu nombre en los cristales que empañaba
esperando que volvieras.


Y la Primavera nunca volvió a florecer igual,
porque sin tus besos por debajo de mi ombligo,
tampoco sabía cómo.



                                                                            M.

jueves, 10 de octubre de 2013

La hora

Es la hora del café que nunca nos bebimos,
que se nos enfrío en las manos
aquella tarde de Noviembre
en la que tus miedos y los míos luchaban
por calentarse a ritmo de respiraciones acompasadas.


Quizá es la hora de mirar al reloj de reojo,
para que así parezca que las manecillas
se lo tienen que pensar dos veces
antes de dar otro paso en falso en el tiempo;
ese que nunca corre de nuestro lado.


Que me da igual que ya nunca me cojas de la mano
si cuando me miras parece que me atas a ti
igual que un niño aprendiendo a anudarse los zapatos.


La verdad, es que me da igual la hora que sea
porque desde que te conocí
siempre me parece que las agujas te señalan a ti.



Y qué putada. La vida. Sin ti. 



                                                                        M. 

lunes, 30 de septiembre de 2013

Besar es morir

Dame un beso sin premeditación
pero con alevosía;
un beso de esos que
son capaz de apagar 
las luces del mundo
para encenderte las del corazón.

Y que parezca

un homicidio involuntario,
imprudente,
como el roce de nuestras lenguas
cuando queremos acariciarnos
hasta los huesos.

Asesina mis labios con un beso,

que no habría muerte mejor
que perdiendo la vida
en unos cuantos besos
-y más si son tuyos-.


                                                 Maria C. 

miércoles, 17 de julio de 2013

Te dije adiós

Te dije adiós, pero era mentira.  Te dije adiós, porque no sabía que otra cosa podía decir sin mirarte a los ojos.

Te dije adiós, cuando en realidad lo que quería decir era “quédate un rato más. No te vayas todavía, es demasiado pronto para una despedida”. Te dije adiós, sin saber que era la última vez que veía tu sonrisa despeinada. Tus manos frías. Mi coño caliente.

Te dije adiós, porque era lo que tenía que hacer. Porque tenía otras cosas que hacer. Porque me lo pedían tus labios.

Te dije adiós de la mejor forma que se puede decir esa palabra sin que suene a despedida: en forma de beso.



viernes, 28 de junio de 2013

No son recuerdos, son corazones.

No me caben todos los recuerdos que quiero llevarme en estas cajas de cartón.

Odio la sensación de empaquetar mi vida,
recoger momentos
y guardar secretos.
               Otro año más.

No tengo espacio suficiente para todos los momentos felices que he vivido aquí.

¿Cómo se supone que se guardan en cajas
todas las sonrisas y las lágrimas
que se han quedado entre estas paredes?

Me falta sitio entre mis cosas para llevarme los recuerdos.

Pero es que a lo mejor no son recuerdos,
A lo mejor son corazones a medio hacer.

O desechos. No sé.


miércoles, 26 de junio de 2013

Sácame a bailar

Sácame a bailar, cariño,
pero no de la mano, sino de los miedos.
Y ten mucho cuidado,
que tengo los pies llenos de heridas
de todas las veces que me he tropezado contigo.
Sin querer. O no.

Porque quién no va a querer tropezarse
en esa sonrisa que invita a la muerte
                                                      (en vida).

Por no tenerla, digo.

Sácame a bailar y písame,
que quién sabe,
a lo mejor así se les olvida a mis pies
las heridas que tengo en el corazón. 




domingo, 23 de junio de 2013

Caída

Que quizá mi vida no consiste en puertas
sino en ventanas abiertas de par en par.

Y dime tú, corazón, qué hago cuando
no puedo frenar estas ganas de saltar por ellas
para ver si en mitad del vuelo
te siento entre el viento que revuelve mi pelo,
o en la adrenalina que acompaña a la caída.

Porque lo que tengo claro es que si salto,
pienso hacerlo con los ojos muy abiertos
para ver el lugar exacto en el que voy a estampar
este corazón en ruinas.

Y es que ojalá fuera cierto,
eso de que al cerrar los ojos se apaga el universo
porque yo ni aunque los cierre
me libro de verte por dentro.





sábado, 22 de junio de 2013

Desagüe

Me ducho mientras me acompaña la muerte neuronal.
Estoy harta de pensar en un futuro que tal vez no exista.
Mientras se empaña el espejo del baño
con el agua hirviendo de la ducha
yo sólo pienso en follar. En follarte.


En follar para no pensar en esta vida de mierda,
en las circunstancias que nos acompañan.


¿Hasta cuándo? Es la pregunta que se repite
una y otra vez dentro de mi cerebro disuelto en tequila.


Y por más fuerte que cierro los ojos,
e imagino el agua resbalando sobre nosotros,
cada vez la respuesta me parece más lejana.


Un susurro.


Un suspiro.


Un eco,
mientras el agua de la ducha sigue cayendo,
y se lleva mis ganas de seguirte por el desagüe.




jueves, 20 de junio de 2013

Así es D.

No recuerdo el año exacto en el que conocí a D, lo que si recuerdo con cada detalle es el momento en el que me senté las sillas de madera de esa cafetería del Centro Comercial y ella me dio una maceta con flores de peluche. Fue su primer regalo y, por suerte, no el último.

Conocí a D de esa manera en la que la sientes que la vida te lleva irremediablemte hacia alguien: de casualidad. Y ha sido una de las casualidades más bonitas de toda mi vida.

Ha pasado mucho tiempo desde la primera vez que la escuché hablar con su acento gallego, hemos vivido demasiadas cosas como para resumirlas todas en una simple entrada de blog. Hemos llorado juntas y por separado, echándonos de menos y necesitándonos tanto como el aire para respirar. Hemos reído pegadas al teléfono hasta las tantas de la mañana, y también en los pocos días al año que podemos encontrar una fecha para vernos y estar juntas.

Nos hemos pedido consejo como mejores amigas, hemos discutido como hermanas, nos hemos reconciliado como dos personas tan iguales y diferentes a la vez que no pueden estar la una sin la otra.

No me imagino una vida sin que ella esté conmigo, aunque sea lejos. Porque D es de esas personas que todo el mundo querría tener en su vida; espontánea, natural, enfadica, sensible, sincera, divertida, comprensiva, inteligente, graciosa, cercana. ¿Sabéis? Ojalá ella pudiera verse como yo la veo, desde fuera y desde dentro a la vez, para darse cuenta de que es una persona especial. Es de esas personas que brillan tanto que por mucho que a ti se te apague la luz consigues ver gracias a ella.

Y si algo he aprendido con el paso del tiempo es una cosa: que pase lo que pase, D siempre va a estar aquí, conmigo, en mí. Porque poco a poco nos hemos convertido la una en parte de la otra.


Te quiero, pequeña.



                                                María C.

domingo, 16 de junio de 2013

Asesinato


Madrid, 20:38 de un domingo cualquiera. De un domingo de muerte y autodestrucción, de una copa de vino tinto frío para sofocar el calor y un cigarro consumiéndose en mitad del cenicero. El humo me quema en la piel, en los ojos, se me cuela entre el pelo y me intoxica los pulmones. Pero qué más da.

Silencio. Ni siquiera el tic-tac del reloj me acompaña hoy. ¿Alguna vez te he dicho que odio el ruido que hacen unas manecillas al moverse? Es como si con cada movimiento dijeran “mira todo el tiempo que se te escapa entre los dedos y no puedes hacer nada para recuperarlo”. Lo odio. Ese ruido, me pone nerviosa. A veces me da la sensación de que marcan el tiempo que te queda de vida, o de muerte, depende del día. Cuando era pequeña no era capaz de dormir en ningún sitio si había cerca alguno de esos relojes; tenía que levantarme en mitad de la noche y quitarles cuidadosamente las pilas y meterlos en algún cajón y así, y sólo así, era capaz de cerrar los ojos y conciliar el sueño.


¿Sabes? Hay un montón de cosas que no sabes de mí.

Por ejemplo, que me encanta el ruido de fondo de las sirenas de Madrid. Es raro, ya lo sé, ¿qué esperabas de mí? 
Es raro porque me llenan de tranquilidad y de paz. Es raro porque soy capaz de estar tirada en la oscuridad de la noche en mi cama con las ventanas de par en par y sonreír cuando escucho una sirena a lo lejos, es como el hilo musical de mi vida. ¿Sabes? Es una de las cosas que más echo de menos cuando no estoy en Madrid: su ruido. El ruido de las sirenas, las voces de la gente en mitad de ninguna parte y hablando de todo y de nada, los claxons enfurecidos de los coches de Gran Vía, el acordeón del viejo que se pone en aquella esquina, como si de verdad esperase la bondad de la gente que pasa a su lado sin ni siquiera inmutarse o molestos por su presencia. Los gemidos acompasados de alguna pareja echando un polvo, como si todo el sentido de la vida pudiera buscarse en un poco de sexo sucio y vacío; el ruido que hacen las hojas de los árboles de mi calle a las 4 de la mañana. 

Hay tantas cosas que no sabes de mí, que cuando lo pienso me entran ganas de pegarte. De pegarte tan fuerte que sientas toda mi rabia y se te quede la marca de mi mano, como un tatuaje.De pegarte tan fuerte que toda mi rabia te traspase la piel y se te quede dentro como un virus, como una infección, como un  tumor. Para siempre.

Hay tantas cosas que no sabes de mí, que después de una botella de vino y unos cuantos cigarros ya ni siquiera me importa. No me importa porque te estoy asesinando con cada palabra, como si con cada palabra brotara sangre de tu cuerpo y no parase de chorrear hasta llegar al suelo. Y yo allí, al otro lado de la habitación, mirando cómo te desangras y sin hacer nada.  Sintiendo cómo duele. Cómo me dueles.

Ya no hay tiempo. Ni espacio. 


Ya no hay tiempo ni espacio porque te acabo de asesinar. Igual que hace conmigo esta puta ciudad cada día y cada noche



                                                                MaríaC. 

sábado, 8 de junio de 2013

Crónica de un odio.

Oscuridad.

Silencio.

Abres los ojos y no puedes ver nada. No es que estés ciega, no, es que te has vuelto a despertar en mitad de la noche por culpa de otra pesadilla; quizá deberías consultar a alguien el hecho de que te despiertes noche sí y noche también con el corazón a punto de salir por la boca –piensas.

Vuelves a cerrar los ojos sintiendo cómo te late el corazón en la garganta, en la frente, en los párpados, en los oídos. PUM. PUM. PUM. PUM. Otro latido más. No sabes el tiempo que llevas así, esperando que el pulso vuelva a su estado natural, pero sientes que no puedes ni moverte hasta que no deje de retumbar en toda la habitación.

PUM.

PUM.

PUM.

PUM.

Aprietas los ojos. Agarras las sábanas. Hundes la cabeza en la almohada (todavía más). Intentas dejar la mente en blanco.  Imposible, claro.

Tus oídos empiezan a zumbar. Es la señal. Lo sabes. Sabes qué va a pasar ahora. “ No, no, no. No, por favor”. Pero ya es tarde.

Y abres los ojos. Y empiezas a llorar.


Y le odias.


                                                                            Maria C. 

miércoles, 5 de junio de 2013

¿Y si jugamos a ser equilibristas de sentimientos?


Igual que un equilibrista por la cuerda floja voy andando yo por estos sentimientos a flor de piel; con los brazos extendidos y los ojos bien abiertos, pero sin ver nada, no vaya a ser que me despiste.

Voy dando un paso, y luego otro. Sin pensar en el siguiente, simplemente juntando la punta de un pie con el talón del otro, doblando mis pequeños dedos para aferrarme de alguna manera a ese trozo de cuerda que me sostiene.

Empiezas en un extremo de la cuerda, y notas que a cada paso la cuerda cambia. Cada día es diferente: sensaciones diferentes, lugares diferentes, público diferente. Sientes como la cuerda se tensa debajo de tus pies, se afloja, te da miedo dar pasos por si te caes. Pero avanzas, qué remedio. 

Miedo. Agonía. Desesperación.

Avanzas mientras sientes cómo tiembla hasta la última fibra de tu cuerpo, y en tu cabeza un único objetivo: llegar al otro extremo sin caerte. Tocar el otro lado sin hacerte un rasguño, y poder mirar hacia atrás y decir "lo conseguí, he llegado sana y salva; y muerta de miedo, también. 

Y miras la cuerda, que ha quedado atrás, y no puedes evitar preguntarte: ¿Seguirá resistiendo sin romperse mañana? 


Me explico.

                                                                                    María C.

lunes, 20 de mayo de 2013

Dispara.

Nuestra vida es tan frágil
como las historias que no son verdad.
Las mentiras nos persiguen
y entran en nosotros como balas
atravesando y quemando un trozo de carne
que nunca volverá a ser el mismo.


¡Bang!¡Bang!



                                  [M]

miércoles, 15 de mayo de 2013

Ven, pero despacio.

Ven.


Pon tus manos encima de mi cuerpo y quémame cada poro de la piel. Despacio, sin prisa, ve encendiendo cada centímetro con el roce de tus dedos. Haz que parezca un accidente.

Acerca tu boca a la mía. Y sonríeme, así, de cerca. Haz que tu sonrisa sea mía sin ni siquiera posarla en mis labios, simplemente haciendo que la sienta a través de los pocos centímetros que separan nuestros alientos.

Acaríciame. Pasea las yemas de tus dedos por cada curva, y cada recta de mi anatomía. Siente con tu tacto cómo se eriza el vello de mi nuca. Acaricia con tus manos el encaje que cubre una pequeña parte de mi piel.

Y vuela. Y hazme volar.

Húndete en mis miedos y mis dudas. Cubre mis preguntas con tu boca. Atrapa mis prisas con tus piernas. Y córrete conmigo.

Pero  ven despacio, amor, que tenemos toda la vida por delante para hacernos daño.

                                                                                           


lunes, 6 de mayo de 2013

Los cuatro elementos


Méceme lento, como si fueras mar en calma.
Y, de repente, enfurécete.
Sacúdeme con tu cuerpo, igual que las olas
rompen en las rocas de los acantilados.

Húndete en mí,
como si yo fuera un campo de barro
y tu cuerpo pasara a formar parte del mío.

Tócame, como si tuvieras frío
y mi piel fuesen mil lenguas de fuego
capaz de calentarte con sólo una mirada.

Susúrrame al oído, haz que el aire de tu aliento
erice el vello de mi nuca.

Haz que, de una vez por todas, tú y yo seamos
agua, tierra, fuero y aire
dentro de la misma cama.


                                                               - María C.


sábado, 4 de mayo de 2013

Estallando en mil pedazos.


A veces cierro los ojos,
y me veo explotando por dentro.
Todo son sangre y vísceras,
todo teñido de rojo.
Y algo que pudo ser y no fue,
estallando en mil pedazos.



martes, 30 de abril de 2013

Como en una película... al otro lado del parque.


Desde aquel banco en el parque todo parece diferente. A lo lejos, una pareja de ancianos pasea cogidos de la mano como si aquella vez fuese la primera vez que tuvieran una cita. No puedo dejar de sentir cierta envidia por ellos y, rápidamente, comienzo a imaginarme cómo será su vida: viven  en una casita en mitad del campo. Él se dedica a cuidar de su esposa y se encarga del pequeño huerto que tienen en la parte trasera de la parcela. Ella se levanta muy temprano, hace la comida y cuida de las flores que rodean con encanto aquella casita que comparten.
Han de tener, por lo menos 15 nietos, a los que miman y consienten a partes iguales. Las Navidades en esa casa son una locura, aunque a ellos les encanta compartir momentos con todos los suyos.

De repente, me sorprendo pensando que, hoy en día, es una suerte que sigan quedando parejas así. Que después de tanto tiempo se sigan mirando de esa forma tan dulce  es, sin duda, algo excepcional.

Cerca de mí, puedo escuchar la risa de un niño mientras su padre le  hace cosquillas. El mayor milagro que tiene la vida, es la capacidad que nos da de poder crearla. Y no me refiero sólo a la de aquel niño, que me llama la atención por esos ojos tan abiertos que tiene, dando la sensación de que no quiere perderse ni un minuto lo que está sucediendo a su alrededor, sino por todo lo que somos capaces de crear. Su padre le mira con amor, como si aquello fuese el mayor regalo que podría haber recibido. Y pienso que es extraño que hoy en día, sea un padre y no una madre, la que comparta ese momento con aquella personita de ojos absortos.

Mientras contemplo aquella estampa, una chica juega a tirarle una pelotita a su perro. Es un West Highland realmente bonito. Me encantan esos perros, con sus orejitas tan pequeñas, ese rabito tan gracioso y unos ojos ocultos tras un leve flequillo. Cada vez que le lleva la pelota a su dueña, suelta ligeros ladridos pidiendo que vuelva a lanzarla otra vez y hace un sprint hasta que vuelve a atraparla con sus dientecillos.

Y yo…yo sólo consigo ver las cosas como si sucedieran a través de una película. Como si sólo fuese una mera espectadora. Y no dejo de darme cuenta de que, mientras estoy sentada en aquel banco, alguien construye para mí una escena desde su lado del parque.


domingo, 28 de abril de 2013

/

Últimamente navego entre las olas de un mar que desconozco, que ya no soy capaz de hacer mío ni aunque fije la vista en un punto y pretenda no quitarla nunca de allí. Ese punto se mueve, yo me desoriento, me confundo, me encuentro abatida si lo pierdo, cansada, no siento nada, el punto se ha ido.


Me muevo entre las olas sin saber si es el viento o la fuerza del agua lo que me arrastra, simplemente me dejo mover por ellas, una tras otra, notando su vaivén pero sin ni siquiera inmutarme cuando viene una más fuerte que las demás y me sumerge debajo de ella. Y yo trago mucha agua, me asfixio, noto que me falta el aire, cierro los ojos, aunque si los tuviera abiertos tampoco podría ver nada más que oscuridad. 


No siento frío, ni calor, ni vacío, ni ganas de gritar, ni el impulso de correr, ni miedo, ni amor, ni tristeza, ni alegría, ni desesperanza, ni impaciencia, tampoco nostalgia, ni deseo.

No siento nada.



                                                 - María


jueves, 25 de abril de 2013

Hola corazón,


Hola corazón,

Sé a lo que has venido, y también lo que me vas a decir. Pero mira, no te molestes.

Ya te conozco, conozco tus artimañas, tu forma de cegarme y hacer que todo se ensordezca a mi alrededor con el único propósito que sea a ti al único que escuche. Pero, ¿sabes qué? Que esta vez no.

Que esta vez no importa lo alto que grites dentro de mis oídos, o lo rápido que hagas que se me suba el pulso a la garganta y se me seque la boca con tan sólo un susurro. Esta vez no importa que me ates de pies y manos; ni que me pongas una venda en los ojos y una mordaza en la boca. No importa que paralices mi cuerpo. No importa que bombees tan rápido la sangre que casi hagas que se me corte la respiración.

Puedes darte media vuelta, corazón.

Esta vez no.

Esta vez soy yo la que manda.

Y te lo digo aquí. Desde el precipicio del que voy a saltar.

                                                                            - Fdo: La razón.  


martes, 23 de abril de 2013

Que no tengan corazón


Había una vez una princesa que vivía en un palacio muy grande. El día en que cumplía trece años hubo una gran fiesta, con trapecistas, magos, payasos... Pero la princesa se aburría. Entonces, apareció un enano, un enano muy feo que daba brincos y hacía piruetas en el aire. El enano fue todo un acontecimiento.

"Bravo, Bravo", decía la princesa aplaudiendo y sin dejar de reír. Y el enano, contagiado de su alegría, saltaba y saltaba, hasta que cayó al suelo rendido. "Sigue saltando, por favor" dijo la princesa. Pero el enano ya no podía más. La princesa se puso triste y se retiró a sus aposentos...

Al rato, el enano, orgulloso de haber agradado a la princesa, decidió ir a buscarla, convencido de que ella se iría a vivir con él al bosque. "Ella no es feliz aquí" pensaba el enano. "Yo la cuidaré y la haré reír siempre". El enano recorrió el palacio, buscando la habitación de la princesa, pero al llegar a uno de los salones vio algo horrible. Ante él había un monstruo que lo miraba con ojos torcidos y sanguinolentos, con unas manos peludas y unos pies enormes. El enano quiso morirse cuando se dio cuenta de que aquel monstruo era él mismo, reflejado en un espejo. En ese momento entró la princesa con su séquito.

"Ah estas aquí ¡Qué bien! Baila otra vez para mí, por favor". Pero el enano estaba tirado en el suelo y no se movía. El médico de la corte se acercó a él y le tomó el pulso. "Ya no bailará más para vos, princesa" le dijo. "¿Por qué?" preguntó la princesa. "Porque se le ha roto el corazón". Y la princesa contestó: "De ahora en adelante, que todos los que vengan a palacio no tengan corazón".




lunes, 22 de abril de 2013

Adrenalina sobre dos ruedas

¿Sabéis ese momento cuando tenías olvidada una sensación y, de repente, pasa algo que te obliga a recordar  que es una de las mejores del mundo?

Así me sentí yo ayer en cuanto me subí encima de ella. 

Al principio era más el miedo y la emoción lo que recorría cada fibra de mi cuerpo. Era el miedo y la emoción lo que hacía que me agarrara a su chaqueta lo más fuerte que podía para no molestarse con mis brazos.

Y, de repente, pasa. Te sueltas.  Sientes cómo con la velocidad la adrenalina te va creciendo desde el fondo del estómago y se va expandiendo poco a poco, llegando hasta los brazos, extendiéndose hasta las puntas de tus dedos; trepando por tu garganta y conquistando tu sonrisa. Tu corazón bombea con tanta fuerza que por un momento crees que te va a cortar el aliento. Su latido parece un tambor dentro de tu pecho. 
Y notas cómo el viento corta tu cuerpo, y que hace frío, pero da igual. Da igual porque lo único que te importa es esa sensación: sentirse bien, sentirse libre, sentirse viva.

Querer más; más rápido, más intenso, más velocidad, más, más, más. Siempre más. 

Flotar.

Volar y no querer aterrizar. No querer volver a poner los pies en el suelo.


Cuando bajas de ella, el mundo se detiene. Ya nada parece tan real. Pasan las horas y todavía sigues notando cómo te palpita la adrenalina en la garganta y hace que el corazón se te acelere.

Y, ahora, lo único que queda es esperar a la próxima vez. Y que sea pronto.




domingo, 21 de abril de 2013

Así soy yo, y así os lo he contado.


Me encantan las películas de dibujos animados, son las únicas que consiguen evadirme de la realidad cuando tengo algún problema. Mis chicles favoritos son los de menta. No soporto tener los pies fríos, pero no puedo dormir con calcetines. Tampoco con la parte de abajo del pijama, sea verano o invierno. 

Una cualidad mía que es a la vez virtud y defecto es la sinceridad; a lo largo de mis 24 años me ha causado problemas. Dos defectos: mi orgullo y mi cabezonería. Dos virtudes: el optimismo y el saber escuchar. No creo en nadie salvo en mí misma, y a veces, me cuesta.

 No puedo tener un color favorito, me gustan todos menos el marrón. Una de mis pasiones es la lectura, si el libro me engancha puedo estar horas y horas enfrascada en sus líneas. Mi comida favorita es la pasta (cualquier tipo) y los huevos fritos con patatas. Mi helado favorito es el de stracciatella, aunque no le hago ascos a ninguno…me encantan.
Tengo una pasión oculta (o no tan oculta…) a los complementos: bolsos, pañuelos, pendientes, colgantes, relojes, etc.

Siempre he sido un poco patosa, de pequeña iba siempre llena de heridas de guerra. Me gusta la naturaleza, pero prefiero la playa a la montaña. Otra de mis pasiones es dormir. En verano lo que más me gusta a hacer es tumbarme a tomar el sol, soy más de secano que de estar metida en la piscina o la playa.  Me gusta acostarme a las tantas, siempre he dicho que soy más de noche que de día.

Tengo mucho carácter, que mezclado con una chispa de impulsividad dan lugar en ocasiones a situaciones desagradables.

 El día de mañana me gustaría casarme y tener niños…¿cuántos?; por lo menos 2 o 3, para no aburrirme. Me gusta tomarme la vida con sentido del humor, que a veces la gente no entiende. Me considero muy amiga de mis amigos, y no les fallo así como así.  Si alguien me decepciona, es difícil que pueda volver a ganarse mi confianza. Soy algo celosa cuando alguien me gusta de verdad.

 Me gustaría poder viajar a un montón de sitios distintos, cada uno tiene su encanto. Me gusta tanto salir de fiesta como disfrutar de una noche a solas tirada en la cama viendo una película. Pienso que en esta vida, cuando se presentar oportunidades no hay que dudar en aprovecharlas. 

Dicen de mí que tengo una mirada interesante, y a mí me gustan  mis ojos

Si tengo que decirle algo a alguien, no me gusta andarme con rodeos: las cosas mientras más claras, mejor. No me cuesta dejarme conocer, pero si veo algo en la otra persona que no me gusta, me cierro en banda antes de que sea tarde. 

Soy adicta a las nuevas tecnologías y a las redes sociales.

 A veces mi estado de ánimo es como una montaña rusa.

Pero así soy yo, y así os lo he contado.