miércoles, 5 de junio de 2013

¿Y si jugamos a ser equilibristas de sentimientos?


Igual que un equilibrista por la cuerda floja voy andando yo por estos sentimientos a flor de piel; con los brazos extendidos y los ojos bien abiertos, pero sin ver nada, no vaya a ser que me despiste.

Voy dando un paso, y luego otro. Sin pensar en el siguiente, simplemente juntando la punta de un pie con el talón del otro, doblando mis pequeños dedos para aferrarme de alguna manera a ese trozo de cuerda que me sostiene.

Empiezas en un extremo de la cuerda, y notas que a cada paso la cuerda cambia. Cada día es diferente: sensaciones diferentes, lugares diferentes, público diferente. Sientes como la cuerda se tensa debajo de tus pies, se afloja, te da miedo dar pasos por si te caes. Pero avanzas, qué remedio. 

Miedo. Agonía. Desesperación.

Avanzas mientras sientes cómo tiembla hasta la última fibra de tu cuerpo, y en tu cabeza un único objetivo: llegar al otro extremo sin caerte. Tocar el otro lado sin hacerte un rasguño, y poder mirar hacia atrás y decir "lo conseguí, he llegado sana y salva; y muerta de miedo, también. 

Y miras la cuerda, que ha quedado atrás, y no puedes evitar preguntarte: ¿Seguirá resistiendo sin romperse mañana? 


Me explico.

                                                                                    María C.

1 comentario:

  1. No puedo sentirme más identificada ahora mismo, sólo que en mi caso, la cuerda floja está siendo larguísima.

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