Oscuridad.
Silencio.
Abres los ojos y no puedes ver nada. No es que estés ciega,
no, es que te has vuelto a despertar en mitad de la noche por culpa de otra
pesadilla; quizá deberías consultar a alguien el hecho de que te despiertes
noche sí y noche también con el corazón a punto de salir por la boca –piensas.
Vuelves a cerrar los ojos sintiendo cómo te late el corazón
en la garganta, en la frente, en los párpados, en los oídos. PUM. PUM. PUM.
PUM. Otro latido más. No sabes el tiempo que llevas así, esperando que el pulso
vuelva a su estado natural, pero sientes que no puedes ni moverte hasta que no deje de retumbar en toda la habitación.
PUM.
PUM.
PUM.
PUM.
Aprietas los ojos. Agarras las sábanas. Hundes la cabeza en
la almohada (todavía más). Intentas dejar la mente en blanco. Imposible, claro.
Tus oídos empiezan a zumbar. Es la señal. Lo sabes. Sabes
qué va a pasar ahora. “ No, no, no. No, por favor”. Pero ya es tarde.
Y abres los ojos. Y empiezas a llorar.
Y le odias.
Maria C.
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