Madrid, 20:38 de un domingo cualquiera. De un domingo de muerte
y autodestrucción, de una copa de vino tinto frío para sofocar el calor y un
cigarro consumiéndose en mitad del cenicero. El humo me quema en la piel, en
los ojos, se me cuela entre el pelo y me intoxica los pulmones. Pero qué más
da.
Silencio. Ni siquiera el tic-tac del reloj me acompaña hoy.
¿Alguna vez te he dicho que odio el ruido que hacen unas manecillas al moverse?
Es como si con cada movimiento dijeran “mira todo el tiempo que se te escapa
entre los dedos y no puedes hacer nada para recuperarlo”. Lo odio. Ese ruido,
me pone nerviosa. A veces me da la sensación de que marcan el tiempo que te
queda de vida, o de muerte, depende del día. Cuando era pequeña no era capaz de
dormir en ningún sitio si había cerca alguno de esos relojes; tenía que
levantarme en mitad de la noche y quitarles cuidadosamente las pilas y meterlos
en algún cajón y así, y sólo así, era capaz de cerrar los ojos y conciliar el
sueño.
¿Sabes? Hay un montón de cosas que no sabes de mí.
Por ejemplo, que me encanta el ruido de fondo de las sirenas
de Madrid. Es raro, ya lo sé, ¿qué esperabas de mí?
Es raro porque me llenan de
tranquilidad y de paz. Es raro porque soy capaz de estar tirada en la oscuridad
de la noche en mi cama con las ventanas de par en par y sonreír cuando escucho
una sirena a lo lejos, es como el hilo musical de mi vida. ¿Sabes? Es una de
las cosas que más echo de menos cuando no estoy en Madrid: su ruido. El ruido
de las sirenas, las voces de la gente en mitad de ninguna parte y hablando de
todo y de nada, los claxons enfurecidos de los coches de Gran Vía, el acordeón
del viejo que se pone en aquella esquina, como si de verdad esperase la bondad de la gente que pasa a su lado sin ni siquiera inmutarse o molestos por su presencia. Los gemidos acompasados de alguna pareja echando un polvo, como si todo el sentido de la vida pudiera buscarse en un poco de sexo sucio y vacío; el ruido que hacen las hojas de los árboles de mi calle a las 4 de la mañana.
Hay tantas cosas que no sabes de mí, que cuando lo pienso me
entran ganas de pegarte. De pegarte tan fuerte que sientas toda mi rabia y se te quede la marca de mi
mano, como un tatuaje.De pegarte tan fuerte que toda mi rabia te traspase la piel y se te quede dentro
como un virus, como una infección, como un
tumor. Para siempre.
Hay tantas cosas que no sabes de mí, que después de una botella de vino y unos cuantos cigarros ya ni siquiera me
importa. No me importa porque te estoy asesinando con cada palabra, como si con cada palabra brotara sangre de tu cuerpo y no parase de chorrear hasta llegar al suelo. Y yo allí, al otro lado de la habitación, mirando cómo te desangras y sin hacer nada. Sintiendo cómo duele. Cómo me dueles.
Ya no hay tiempo. Ni espacio.
Ya no hay tiempo ni espacio porque te acabo de asesinar. Igual que hace conmigo esta puta ciudad cada día y cada noche.
MaríaC.