viernes, 28 de junio de 2013

No son recuerdos, son corazones.

No me caben todos los recuerdos que quiero llevarme en estas cajas de cartón.

Odio la sensación de empaquetar mi vida,
recoger momentos
y guardar secretos.
               Otro año más.

No tengo espacio suficiente para todos los momentos felices que he vivido aquí.

¿Cómo se supone que se guardan en cajas
todas las sonrisas y las lágrimas
que se han quedado entre estas paredes?

Me falta sitio entre mis cosas para llevarme los recuerdos.

Pero es que a lo mejor no son recuerdos,
A lo mejor son corazones a medio hacer.

O desechos. No sé.


miércoles, 26 de junio de 2013

Sácame a bailar

Sácame a bailar, cariño,
pero no de la mano, sino de los miedos.
Y ten mucho cuidado,
que tengo los pies llenos de heridas
de todas las veces que me he tropezado contigo.
Sin querer. O no.

Porque quién no va a querer tropezarse
en esa sonrisa que invita a la muerte
                                                      (en vida).

Por no tenerla, digo.

Sácame a bailar y písame,
que quién sabe,
a lo mejor así se les olvida a mis pies
las heridas que tengo en el corazón. 




domingo, 23 de junio de 2013

Caída

Que quizá mi vida no consiste en puertas
sino en ventanas abiertas de par en par.

Y dime tú, corazón, qué hago cuando
no puedo frenar estas ganas de saltar por ellas
para ver si en mitad del vuelo
te siento entre el viento que revuelve mi pelo,
o en la adrenalina que acompaña a la caída.

Porque lo que tengo claro es que si salto,
pienso hacerlo con los ojos muy abiertos
para ver el lugar exacto en el que voy a estampar
este corazón en ruinas.

Y es que ojalá fuera cierto,
eso de que al cerrar los ojos se apaga el universo
porque yo ni aunque los cierre
me libro de verte por dentro.





sábado, 22 de junio de 2013

Desagüe

Me ducho mientras me acompaña la muerte neuronal.
Estoy harta de pensar en un futuro que tal vez no exista.
Mientras se empaña el espejo del baño
con el agua hirviendo de la ducha
yo sólo pienso en follar. En follarte.


En follar para no pensar en esta vida de mierda,
en las circunstancias que nos acompañan.


¿Hasta cuándo? Es la pregunta que se repite
una y otra vez dentro de mi cerebro disuelto en tequila.


Y por más fuerte que cierro los ojos,
e imagino el agua resbalando sobre nosotros,
cada vez la respuesta me parece más lejana.


Un susurro.


Un suspiro.


Un eco,
mientras el agua de la ducha sigue cayendo,
y se lleva mis ganas de seguirte por el desagüe.




jueves, 20 de junio de 2013

Así es D.

No recuerdo el año exacto en el que conocí a D, lo que si recuerdo con cada detalle es el momento en el que me senté las sillas de madera de esa cafetería del Centro Comercial y ella me dio una maceta con flores de peluche. Fue su primer regalo y, por suerte, no el último.

Conocí a D de esa manera en la que la sientes que la vida te lleva irremediablemte hacia alguien: de casualidad. Y ha sido una de las casualidades más bonitas de toda mi vida.

Ha pasado mucho tiempo desde la primera vez que la escuché hablar con su acento gallego, hemos vivido demasiadas cosas como para resumirlas todas en una simple entrada de blog. Hemos llorado juntas y por separado, echándonos de menos y necesitándonos tanto como el aire para respirar. Hemos reído pegadas al teléfono hasta las tantas de la mañana, y también en los pocos días al año que podemos encontrar una fecha para vernos y estar juntas.

Nos hemos pedido consejo como mejores amigas, hemos discutido como hermanas, nos hemos reconciliado como dos personas tan iguales y diferentes a la vez que no pueden estar la una sin la otra.

No me imagino una vida sin que ella esté conmigo, aunque sea lejos. Porque D es de esas personas que todo el mundo querría tener en su vida; espontánea, natural, enfadica, sensible, sincera, divertida, comprensiva, inteligente, graciosa, cercana. ¿Sabéis? Ojalá ella pudiera verse como yo la veo, desde fuera y desde dentro a la vez, para darse cuenta de que es una persona especial. Es de esas personas que brillan tanto que por mucho que a ti se te apague la luz consigues ver gracias a ella.

Y si algo he aprendido con el paso del tiempo es una cosa: que pase lo que pase, D siempre va a estar aquí, conmigo, en mí. Porque poco a poco nos hemos convertido la una en parte de la otra.


Te quiero, pequeña.



                                                María C.

domingo, 16 de junio de 2013

Asesinato


Madrid, 20:38 de un domingo cualquiera. De un domingo de muerte y autodestrucción, de una copa de vino tinto frío para sofocar el calor y un cigarro consumiéndose en mitad del cenicero. El humo me quema en la piel, en los ojos, se me cuela entre el pelo y me intoxica los pulmones. Pero qué más da.

Silencio. Ni siquiera el tic-tac del reloj me acompaña hoy. ¿Alguna vez te he dicho que odio el ruido que hacen unas manecillas al moverse? Es como si con cada movimiento dijeran “mira todo el tiempo que se te escapa entre los dedos y no puedes hacer nada para recuperarlo”. Lo odio. Ese ruido, me pone nerviosa. A veces me da la sensación de que marcan el tiempo que te queda de vida, o de muerte, depende del día. Cuando era pequeña no era capaz de dormir en ningún sitio si había cerca alguno de esos relojes; tenía que levantarme en mitad de la noche y quitarles cuidadosamente las pilas y meterlos en algún cajón y así, y sólo así, era capaz de cerrar los ojos y conciliar el sueño.


¿Sabes? Hay un montón de cosas que no sabes de mí.

Por ejemplo, que me encanta el ruido de fondo de las sirenas de Madrid. Es raro, ya lo sé, ¿qué esperabas de mí? 
Es raro porque me llenan de tranquilidad y de paz. Es raro porque soy capaz de estar tirada en la oscuridad de la noche en mi cama con las ventanas de par en par y sonreír cuando escucho una sirena a lo lejos, es como el hilo musical de mi vida. ¿Sabes? Es una de las cosas que más echo de menos cuando no estoy en Madrid: su ruido. El ruido de las sirenas, las voces de la gente en mitad de ninguna parte y hablando de todo y de nada, los claxons enfurecidos de los coches de Gran Vía, el acordeón del viejo que se pone en aquella esquina, como si de verdad esperase la bondad de la gente que pasa a su lado sin ni siquiera inmutarse o molestos por su presencia. Los gemidos acompasados de alguna pareja echando un polvo, como si todo el sentido de la vida pudiera buscarse en un poco de sexo sucio y vacío; el ruido que hacen las hojas de los árboles de mi calle a las 4 de la mañana. 

Hay tantas cosas que no sabes de mí, que cuando lo pienso me entran ganas de pegarte. De pegarte tan fuerte que sientas toda mi rabia y se te quede la marca de mi mano, como un tatuaje.De pegarte tan fuerte que toda mi rabia te traspase la piel y se te quede dentro como un virus, como una infección, como un  tumor. Para siempre.

Hay tantas cosas que no sabes de mí, que después de una botella de vino y unos cuantos cigarros ya ni siquiera me importa. No me importa porque te estoy asesinando con cada palabra, como si con cada palabra brotara sangre de tu cuerpo y no parase de chorrear hasta llegar al suelo. Y yo allí, al otro lado de la habitación, mirando cómo te desangras y sin hacer nada.  Sintiendo cómo duele. Cómo me dueles.

Ya no hay tiempo. Ni espacio. 


Ya no hay tiempo ni espacio porque te acabo de asesinar. Igual que hace conmigo esta puta ciudad cada día y cada noche



                                                                MaríaC. 

sábado, 8 de junio de 2013

Crónica de un odio.

Oscuridad.

Silencio.

Abres los ojos y no puedes ver nada. No es que estés ciega, no, es que te has vuelto a despertar en mitad de la noche por culpa de otra pesadilla; quizá deberías consultar a alguien el hecho de que te despiertes noche sí y noche también con el corazón a punto de salir por la boca –piensas.

Vuelves a cerrar los ojos sintiendo cómo te late el corazón en la garganta, en la frente, en los párpados, en los oídos. PUM. PUM. PUM. PUM. Otro latido más. No sabes el tiempo que llevas así, esperando que el pulso vuelva a su estado natural, pero sientes que no puedes ni moverte hasta que no deje de retumbar en toda la habitación.

PUM.

PUM.

PUM.

PUM.

Aprietas los ojos. Agarras las sábanas. Hundes la cabeza en la almohada (todavía más). Intentas dejar la mente en blanco.  Imposible, claro.

Tus oídos empiezan a zumbar. Es la señal. Lo sabes. Sabes qué va a pasar ahora. “ No, no, no. No, por favor”. Pero ya es tarde.

Y abres los ojos. Y empiezas a llorar.


Y le odias.


                                                                            Maria C. 

miércoles, 5 de junio de 2013

¿Y si jugamos a ser equilibristas de sentimientos?


Igual que un equilibrista por la cuerda floja voy andando yo por estos sentimientos a flor de piel; con los brazos extendidos y los ojos bien abiertos, pero sin ver nada, no vaya a ser que me despiste.

Voy dando un paso, y luego otro. Sin pensar en el siguiente, simplemente juntando la punta de un pie con el talón del otro, doblando mis pequeños dedos para aferrarme de alguna manera a ese trozo de cuerda que me sostiene.

Empiezas en un extremo de la cuerda, y notas que a cada paso la cuerda cambia. Cada día es diferente: sensaciones diferentes, lugares diferentes, público diferente. Sientes como la cuerda se tensa debajo de tus pies, se afloja, te da miedo dar pasos por si te caes. Pero avanzas, qué remedio. 

Miedo. Agonía. Desesperación.

Avanzas mientras sientes cómo tiembla hasta la última fibra de tu cuerpo, y en tu cabeza un único objetivo: llegar al otro extremo sin caerte. Tocar el otro lado sin hacerte un rasguño, y poder mirar hacia atrás y decir "lo conseguí, he llegado sana y salva; y muerta de miedo, también. 

Y miras la cuerda, que ha quedado atrás, y no puedes evitar preguntarte: ¿Seguirá resistiendo sin romperse mañana? 


Me explico.

                                                                                    María C.