Te dije adiós,
pero era mentira. Te dije adiós, porque no sabía que otra cosa podía
decir sin mirarte a los ojos.
Te dije adiós,
cuando en realidad lo que quería decir era “quédate un rato más. No te vayas
todavía, es demasiado pronto para una despedida”. Te dije adiós, sin saber que
era la última vez que veía tu sonrisa despeinada. Tus manos frías. Mi coño
caliente.
Te dije adiós,
porque era lo que tenía que hacer. Porque tenía otras cosas que hacer. Porque
me lo pedían tus labios.
Te dije adiós
de la mejor forma que se puede decir esa palabra sin que suene a despedida: en
forma de beso.